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El día que decidí dejar de ser escritora


Hola a todos:
Después de este tiempo sin actualizar el blog, siento que me falta algo. Necesito opiniones, leeros y charlar con vosotros. Muchas gracias a todos los que comentaron mi anterior post de despedida, y gracias también a los lectores que se han apuntado a seguir mi blog a pesar de estar ausente. Os dejo un relato que escribí hace unas semanas. Espero que os guste.

El día que decidí dejar de ser escritora dejé de vivir. Mi esencia se esfumó con la pluma, su tinta y mis últimos escritos por el cubo de la basura. Até bien la bolsa, negra, preparada para el entierro y la deposité en una fosa común donde yacen las penas del alma; también las almas en pena.
No me separé de la fosa en toda la tarde, esperando que alguien llorara en aquella improvisada tumba. Pero nadie lo hizo.
Los pájaros siguieron cantando, los vecinos discutiendo, los niños jugando, … Nada había cambiado, salvo que existía un alma menos en el mundo.
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Al caer la noche, una niña se arrodilló junto a mi tumba. Pensé que por fin alguien había reparado en la pérdida de mi alma, que alguien lloraría mi ida. Pero no. Aquella niña cruel arañó la bolsa negra y extrajo todo su contenido. Estuvo unos minutos, quizás horas, leyendo mis textos. Yo la observaba sentada sobre las cenizas de mi vida.
De espaldas a mí, la niña sentada, con las piernas cruzadas, leyendo mi alma desnuda. Mi cuerpo, rígido y testigo, observando sus cabellos dorados rozando las viejas páginas de mi memoria.
Aquel escenario habría dado para otra historia. Lo habría hecho si mi alma aún fuera mía y no de aquella niña, desenterradora de sentimientos.
Lentamente, la profanadora de almas perdidas se giró y descubrió un cuerpo inerte que la observaba. Su rostro, blanco y lúgubre, también habría dado para una historia de terror. Sus mandíbulas se ensancharon, sus ojos enrojecieron, su cuerpo entero tembló. Y de pronto me encontré delante del temido diablo.
—Una buena oferta, sí señora. Hace años que no encuentro un alma tan sana.— sus palabras desgarraron mis sentidos.
Quise hablar, pero mi cuerpo inerte no escuchó. Resultó que sin alma estaba muerta en vida y las palabras que emanaban de mi boca no eran las deseadas. Solté elogios sin quererlo y zanjé un trato sin lágrimas en los ojos.
Perdí mi alma pura de escritora. Sin embargo, me hice famosa. Mis historias se leían en todo el mundo, pero yo no podía leerme. Yo no era yo; era una escritora que había vendido su alma al diablo.
Al diablo editorial.




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