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Sueños

Fuente de la imagen: www.cancionesmudas.blogspot.com
Sin sueños, la vida carecería de absoluto sentido. Puede haber existencia sin ellos, pero sería tan banal, tan monótona, tan aburrida… Que no se podría escribir sobre ella. Desde luego, y llegados a este punto, puedo afirmar casi rotundamente que sin sueños no habría escritores, no existiría la literatura, y tampoco la imaginación.
Resulta intrigante el poder que tenemos en el mundo. Sobre nosotros y sobre los demás. Podemos guiar una parte de nuestras vidas. Los sueños, además de ser efímeros, difíciles de alcanzar y tornar reales, son, contradictoriamente, nuestro mayor signo de estabilidad y seguridad. Porque es lo único que realmente podemos controlar. Lo único que depende directamente de nosotros mismos, de nuestra voluntad, predisposición y valentía para hacerlos realidad.
Hay quien no es consciente de ello y culpa a agentes externos de sus errores o fracasos. Estos agentes pueden ser otras personas o, mucho más místico, sucesos o acontecimientos recibidos de manera fortuita. No pueden estar más equivocados. Además, sus pensamientos se transmiten a otros y, generalmente, quién piensa esto está relegado al fracaso y a la infelicidad, o a la imposibilidad de alcanzar jamás un atisbo de felicidad.
En esta vida, sólo nos pertenecen los sueños. En definitiva, todos somos sueños realizados de otras personas. Por esta regla de tres, los nuestros están a un paso de formar parte de la realidad.  Sólo depende de cuánto creamos en nosotros mismos. 

Y el mayor bien es pequeño
que toda la vida es sueño
y los sueños,
sueños son.
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Vidas a sorbos


Y nos bebimos a sorbitos la vida del otro, con cautela, con el presagio de que un día se acabaría. Augurando un destino de vasos vacíos apilados en las estanterías de nuestros corazones.
Y creímos en el amor verdadero, y nos prometimos entrelazar nuestros destinos. Y quisimos demostrar que no habría en el mundo tijeras, cizalla o guillotina alguna que los separase.
Pero nos equivocamos. Nos engañamos. Y nos alejamos en medio de un océano inmenso, atraídos por diferentes orillas, nadando en pos de nuestras corrientes, tragando culpas y vomitando recuerdos. Soportando el olor de los buenos momentos y extrañando la tierra firme.
Desenredamos la madeja de nuestra vida, sufriendo en silencio el sabor agridulce de un pasado en un presente ajeno al futuro.
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Cuando quieres estar sol@

Sentimiento contradictorio donde los haya. Posiblemente habrá gente que no padezca esta sensación y, oye, qué bien por ellos. Les felicito. Porque ésta es una prueba más de que el ser humano es incomprensible por naturaleza.
Por mucho que nos lo neguemos, la soledad no es nuestro punto fuerte. Nadie se hace famoso en soledad. Nadie conquista el éxito en soledad. Nadie se siente amado en soledad. Y nadie ama en soledad.
Sin embargo, a veces sentimos esa necesidad irrefrenable de estar con nosotros mismos. De “conocernos” mejor. De pensar en nuestras cosas. De estar solos.
Nos disponemos a ello apagando todos nuestros dispositivos electrónicos, desconectando cualquier medio tecnológico que nos haga entrar en contacto con nuestra vida real.
Y pensamos. Y escuchamos música. Vemos películas. Nos vamos de viaje. Leemos un libro. Repasamos fotografías del pasado. Existen infinidad de opciones para perderse en uno mismo y sumirse en la soledad.
Pero esto cansa pronto. ¿De qué sirve conocerse a sí mismo si no te puedes dar a conocer a los demás? Y entonces surge la pregunta que ha estado viviendo en nuestro subconsciente desde el inicio del «quiero estar sol@»: «¿Se habrá acordado alguien de mí?»
Y encendemos los móviles en busca de whatsapp y llamadas perdidas, consultamos el correo electrónico esperando encontrar e-mails completos de preocupación.
En el mejor de los casos, sonreímos ante algún mensaje de amigos/familiares y respiramos. En el peor de los casos, nos entra una angustia horrible.
Porque el denominado “quiero estar sol@” no es, en realidad, una afirmación. En el fondo es la pregunta más curiosa, terrible y enigmática que todo ser humano se pronuncia al menos una vez en su vida.
“¿Estoy sol@?” 

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