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Reflexiones de fin de año

A los humanos nos encanta pararnos a reflexionar. Unos más y otros menos, todos reservamos alguna porción de nuestro tiempo para pensar: ¿Qué he hecho? ¿He aprendido algo? ¿De qué me ha servido lo que he vivido?. 

Estas preguntas cargadas de participios no son más que prólogos de nuestro futuro, cuestiones a la incertidumbre que nos aguarda, bien para enmendar errores o para no cometerlos nunca jamás.

Las reflexiones nos ayudan a entendernos y a reducir esa sensación de no poderlo controlar todo que nos invade desde el minuto uno de vida hasta la muerte.

Estamos rodeados de ciclos. Nuestra vida es uno de ellos. La historia es cíclica, la economía también. 

Por eso, hoy, día de reflexiones, os invito a que veáis que este no es el único espacio reservado a mirar hacia atrás. Que hay muchos más ciclos que nos invaden. Que los errores cometidos en marzo no tienen que esperar a diciembre a ser evaluados.

Feliz año y felices reflexiones a todos.
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Cuando te vas


Los hay que no tienen elección. Su huida es fruto de la desesperación por tener un futuro mejor.
Los hay que eligen. Y van tambaleándose, dudosos, sobre si hicieron bien o no. 
Seas del grupo que seas, tengas la edad que tengas, si te vas lejos de los tuyos sueles experimentar esto. Si no, qué suerte has tenido.

Cuando te vas de casa, de la casa de tus padres, de lo que hasta ahora era tu mundo conocido, todo empieza a cambiar. Se llama madurar. Aprendes que por más discusiones que tuvieras, los tuyos eran los tuyos; los nuevos jamás lo serán. 

Aprendes que lo que antes era tan normal, tan cotidiano, tan aburrido y tan asqueroso... Cuando estás fuera se transforma en "ojalá tuviera...", "cómo echo de menos...", "me encantaría estar allí".

Aprendes que a veces vas a estar solo y no vas a tener a nadie a tu lado. Y si lo tienes, nunca va a ser el mismo apoyo, lo mismo que has tenido hasta ahora. 

Lo peor de ese cambio, de ese inicio de estar fuera y lejos de los tuyos, es precisamente cuando te caes, cuando las cosas no van bien y todo se tambalea a tu lado. Le das vueltas a todo. Te cuestionas si hiciste bien yéndote o no. Te planteas volver. 

Pero aunque los tuyos sean los tuyos, aunque te sientas en casa, la vuelta no será igual. También ahí te sentirás en parte extraño, también añorarás tu libertad y el nuevo hogar. 

Yo lo llamo estar en el limbo del camino. En mi mente, se representa como un gran acantilado por delante y otro por detrás. Permaneces sobre una superficie pequeña, cuestionándote hacia dónde dar el salto. 

Se llama miedo. Miedo a lo desconocido, a salir de la zona de confort, en la que aunque no estés agusto, te sabes defender, te sabes manejar. Sabes lo que tienes y lo que no tienes. En cambio, dar el salto hacia adelante supone poder caerte. Supone descubrir que el suelo que vas a pisar es inestable. Consiste en asumir riesgos. Un riesgo que no asumiste al nacer, porque nadie te pidió que eligieras; eligieron por ti.
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No les escuches. No prestes atención a esas voces que te niegan, que te restan, que pretenden saber lo que ni tan siquiera tú sabes. No se lo merecen. No se lo han ganado.

Dedícate a descubrir. Descubre por qué estás aquí. Descubre por qué ese aquí, y no otro aquí, te identifica. Haz un descubrimiento nuevo cada día. Puede ser cualquiera; la importancia se la das tú. No permitas que otros decidan si el descubrimiento fue mayor o menor.
   
Aprende a decidir. Decide siempre, en todo momento y en todo lugar. Decide hasta cuáles serán tus sueños con los ojos cerrados. Y luego decide tus sueños conscientes. Decide lo decidible y controla lo controlable.

No intentes abarcar aquello que no cabe entre tus brazos, que no ocupa a tu cerebro o que no atañe a tu corazón. Es una de las llaves para abrir la caja de la felicidad.

Cuando te topes con asuntos en los que tú no eres el conductor, sé un buen pasajero. Disfruta del viaje. Observa el paisaje. Escucha música. Estudia a otros pasajeros. Déjate llevar. Déjate fluir.

No te restes ni te dividas. Si el resultado va a ser menor, no merece la pena. Multiplícate (pero no por cero), súmate (a otros, a ti mismo… No importa. Sólo realiza la operación). Opera sin descanso. No hay problema mayor que el que no precisa operación.

Y sobre todo y ante todo, nunca dejes de buscar. Siempre hay algo perdido, siempre hay algo que encontrar. 

Porque eso es la vida… una improvisación planificada, pero sin plan. 
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Querido Kit Kat:

Dicen que en la vida hay un número muy limitado de personas que ejercen un gran peso sobre ella. Que para bien o para mal, te influyen de tal manera que, tras conocerlas, siempre hay un antes y un después. Son las personas que yo denomino “kit-kat”, porque suponen como una pausa, temporal o larga, muy larga; y porque rompen la monotonía y la forma de ver la vida que llevas hasta ese momento.

Sean personas duraderas o pasajeras, están ahí por algún motivo. Aparecen también misteriosamente en el momento preciso, como si algo o alguien tramase el guión de la obra de teatro más grande de todos los tiempos: nuestra vida.

Las personas kit-kat que cambian tu vida para mal se convierten en enemigos, en las más horribles pesadillas, sobre todo cuando se ha acabado ese paréntesis y uno se queda que no sabe por dónde tirar, que no recuerda de qué camino venía ni por cuál debe continuar.

Sin embargo, todo tiene una razón de ser. Todo lo que nos sucede, sea para bien o para mal, son simples piezas que conforman el puzzle del Ying Yang, en el que siempre hay algo blanco en lo negro y, a su vez, algo negro en lo blanco también.

Porque es así; porque estamos subidos a una montaña rusa desde que nacemos. Y cada centímetro que recorremos sobre el vagón chirriante forma parte de una magnífica aventura.

Es cuando empiezas a entenderlo, cuando por fin sonríes ante la vida porque te has enamorado de ella, y no para que te envíe al amor que te mereces, cuando aparece ante ti ese kit-kat precioso de color blanco que mejora tu puzle.

Espero y deseo que tú, querido kit-kat blanco, seas parte de mi paréntesis más largo y que me acompañes, como mínimo, hasta el punto final de esta montaña rusa, que chirría menos contigo a mi lado.
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Cuando el Amor se marcha con vuelta abierta


 

Porque cuando el Amor se marcha, queda un vacío más abstracto aún que el término. Tenemos durante un tiempo la sensación de que nos falta un brazo, una pierna, un ojo... Nos invade la soledad. 

Hace ya tiempo que tenía ganas de hablar sobre este tema. Las relaciones de pareja no son ya lo que eran. Pocas parejas duran toda la vida como antes, ni sin hijos ni con ellos de por medio. Nos hemos vuelto poco tolerantes al otro, poco dóciles. En la búsqueda de la independencia de la mujer, a los hombres parece también habérseles contagiado cierta adicción a la individualidad.

El respeto y la comunicación parecen estar de vacaciones forzadas y, sin ellos, la vida en pareja no puede seguir con la misma facilidad. Es así como el Amor comienza a desgastarse; es de esta manera en la que decide sacar un billete con vuelta abierta y desaparecer.

Lo más llamativo de su desaparición es la rapidez con la que lo hace. No suele despedirse, ni preparar maletas durante largo tiempo. Sólo se despedaza de golpe un día, se da cuenta de que no puede arreglarse, y se marcha.

Y probablemente lo más angustioso de todo no es su ipso facta ausencia, sino esa vuelta interrogativa, la espera del Amor restaurado de nuevo en nuestras vidas.

El tedio que genera la espera de ese Amor que nos permita amar y ser amados es muchas veces infumable. Algo que mucha gente desconoce es que los sentimientos están ligados y viven bajo el mismo techo. En numerables ocasiones, para tener uno debemos haber conseguido otro anteriormente.

Y eso, en definitiva, es lo que hace el Amor cuando se marcha. Dejar que el tiempo restaure otros sentimientos para definir la vuelta y no tener que marcharse de nuevo sin avisar.

Y es que, al final, el único fármaco que podemos recetarnos para curar nuestras heridas en profundidad es el Tiempo. No hay otro más eficaz.

INFANCIA

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Oler la hierba. Mojarse bajo la lluvia. Saltar sobre los charcos. Sonreír hasta que te duelan los mofletes. Dormir acurrucado a tus padres o a tu peluche preferido. Llorar porque no encuentras tu muñeco, porque se te ha roto una Barbie o porque un amigo te quitó tu mejor cromo o tazo. 

La infancia está llena de momentos mágicos que se recuerdan generalmente con cariño. Se recuerdan porque forman parte del pasado, de nuestro pasado, pero rara vez se les hace caso. 

Por lo general quedan como "momentos intocables" en la alacena de nuestra memoria y, además, parecen haber sucedido siglos antes (un saludo aquí a mis amigos "FILÓSOFOS"; ellos saben quiénes son) y no tener NADA que ver con lo que ahora somos.

Revivir esos momentos suele ser sinónimo de inmadurez, de "infantilidad". Hay un cierto pensamiento en la sociedad que nos dice que no podremos ser maduros hasta que no dejemos de comportarnos como niños. Pero, yo digo, ¿es necesario renunciar a todo comportamiento de niño? ¿Es realmente necesario renunciar a todas las cosas que nos llenaban, que nos hacían inmensamente felices, sólo porque éstas forman parte de la infancia?

No hace falta que me respondáis. La respuesta es más que evidente: NO. 

Renunciar a hacer todo lo que nos gustaba hacer de pequeños es renunciar a nosotros mismos. 

Recuerdo que un día, cuando estaba acabando la Educación Secundaria Obligatoria, entró un orientador a nuestra aula para tratar de despejar nuestras dudas y quitarnos algo de presión sobre qué estudiar y cómo encauzar nuestras vidas a partir de ese momento. Digo quitarnos peso porque para un estudiante de 16 años, que apenas ha vivido, decidir qué quiere ser es una responsabilidad tremenda. 

Me quedé de su discurso con esta frase: 
Para saber qué queremos hacer en nuestro futuro es de gran ayuda pensar en qué era lo que más nos gustaba hacer en el pasado. Os aconsejo que penséis en los juegos a los que solíais jugar, cuáles eran vuestros preferidos. Ahí tendréis la clave sobre qué hacer con vuestras vidas. 
Creo que ese fue un momento muy crucial en mi vida, porque por primera vez miré hacia mi infancia con añoranza y con la posibilidad de ver algo de ella reflejada en mi futuro. Recordé mis juegos, que básicamente consistían en sentar a mis peluches sobre la cama y explicarles asuntos de verdadera importancia, como sumar, restar o dibujar. Me vi leyéndoles cuentos y cuidando de mi nenuco con todo el amor del mundo. Y lo tuve claro. 

Ahora que soy maestra, ahora que enseño a niños y no a peluches, puedo decir que en mi presente tengo aún cierto reflejo de mi infancia. Este es mi consejo para vosotros. No perdáis nunca ese reflejo, esa similitud con vuestro pasado. De lo contrario, no habrá espejo en el que mirarse. 

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Cuando el amor viaja con vuelta abierta

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El silencio


El silencio nunca es silencio. ¿Qué es silencio? Es como describir el vacío. Pero no podemos decir que no existe. En efecto, el silencio existe, solo que nunca se habla sobre él, no se tiene certeza de qué es, no se concreta muy a menudo. Y muchas veces nos genera confusión. Se nos pierde en lo abstracto del término.

A mí me gusta decir que el silencio es el eco de nuestro ser. Como bien nos dice el mensaje de la fotografía, solemos tener miedo al silencio. Vemos en él una soledad indeseada, una pérdida de tiempo o, peor aún, el sentimiento de que no lo estamos administrando correctamente.

Pero en realidad dedicarse silencio es la mejor manera de conocerse a uno mismo. Taparse los ojos, la nariz, los oídos y la boca. Adentrarse en la burbuja de nuestra vida, de nuestra experiencia, es la mejor terapia. El mejor regalo que nos podemos hacer es un minuto de silencio. Y debemos hacerlo.

Guardad todos un minuto de silencio por vosotros mismos. Es la mejor forma de homenajearos. Por vuestro pasado. Por lo que sois ahora. Y por lo que estáis en camino de conseguir.  

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NUESTRO MUNDO

Vivimos en un mundo en el que la reflexión y el cambio son escasos. 
En nuestro mundo, el estrés y la falta de tiempo son nuestros únicos motores y engranajes. 
En el mundo en el que vivimos, las puestas de sol se proyectan para un público cada vez más reducido. 
En este mundo, las lluvias de estrellas ya no se estrellan sobre casi ninguna cabeza. 

Vivimos en un mundo en el que un billete es más valioso que una sonrisa o un abrazo. 
En nuestro mundo, el reflejo que proyectamos se ha vuelto más importante que nuestra imagen original.
En el mundo en el que vivimos, lo gratuito es secundario y, a veces, incluso invisible.
En este mundo, no encontramos momentos para decir las cosas importantes, aunque los tengamos siempre a nuestro alcance. Y cuando realmente no existe más tiempo es justamente cuando valoramos el tiempo que perdimos.

Vivimos en un mundo en el que eres más por poseer más, y no por haber dado o vivido más. 
En nuestro mundo, las moralejas se aprenden y se olvidan, pero rara vez se aplican.
En el mundo en el que vivimos, el amor se ha vuelto efímero y la soledad le está ganando terreno.
En este mundo, seguimos sin darnos cuenta de que el motor del cambio está en nosotros mismos. 

Vivimos en un mundo en el que lo esencial es invisible a los ojos...


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Historias breves ilustradas

Como ya comenté en el post anterior, una imagen no vale más que mil palabras. Pero, ¿y si esta imagen conllevase también unas cuantas? El resultado sería una pequeña historia ilustrada. Es jugar a adivinar lo que el fotógrafo quiso decir. Jugar a inventar que fuimos aquel fotógrafo, que conocimos el paisaje o al modelo que allí se retrata. 

Se me ha ocurrido la idea de crear una historia breve ilustrada cada semana. Esta es la primera. Espero vuestras opiniones:


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Jaime Sabines


No soy yo muy dada a la poesía. Las incursiones que he realizado como escribidora en la rama de los escritos en verso han sido más que penosos; pero eso no quita que no sepa valorar una buena poesía o un buen poeta. 

Escribir poesía es muy complejo, porque no se tiene en cuenta únicamente el mensaje, sino el sonido que ese mensaje produce, la métrica, la rima... Es un sinfín de herramientas las que se deben utilizar correctamente para que la poesía quede perfecta a oídos del lector, que me abruma que haya gente capaz de lograrlo con tanta sencillez.

Uno de mis poetas favoritos es Jaime Sabines. En concreto, la poesía "Espero curarme de ti" me conmueve cada vez que la escucho. Os dejo el vídeo para que lo disfrutéis si aún no lo habéis hecho. 


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Si hay algo que...


… nos hace aprender, luchar, sonreír, llorar, arrepentirnos y superarnos a nosotros mismos, ese es el pasado. Mirar hacia atrás puede provocar una montaña rusa de emociones difícil de explicar. Y, contra toda frase hecha o consejo popular, mirar hacia atrás es necesario y siempre, siempre, inevitable. Aunque sintamos el alcohol penetrar en heridas abiertas y sólo queramos apartarlo. Aunque no encontremos porqués que justifiquen los acontecimientos.
Lo vivido en el pasado nos enseña a construir nuestra identidad (que no a cambiar nuestra personalidad), y nos invita a vivir un presente con más confianza hacia la vida y a tener la idea de un futuro más encauzada que la que habíamos tenido tiempo atrás.
Sin embargo, mirar al pasado a menudo encierra la posibilidad de entrar en el terreno pantanoso de los “y si…” y de los “qué hubiese pasado…”; grupos de palabras terriblemente peligrosos para que una mente mortal como la nuestra los pueda soportar. Grupos de palabras que encierran tanta incerteza e inseguridad como tirarse de un trampolín sin poder ver la piscina.  
Hay que evitar esto. Porque las posibilidades de un pasado diferente ya no pueden ser más que eso, posibilidades. Porque lo único que no podemos cambiar es, precisamente, nuestro pasado. Y porque pensar en ellas constantemente nos hacen cometer el segundo mayor error humano: vivir en el pasado; lo cual supone vivir en el parque de atracciones de las emociones de tu vida, estancarte en arenas movedizas de forma voluntaria y mirar el reloj del tiempo con indiferencia.
Como decía Lizzie Velásquez, tú eres el que llevas el volante de tu vida. Y yo añado que, a veces, es necesario mirar por el espejo retrovisor, pero que un camino siempre se sigue hacia delante.  

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Porque una imagen NO vale más que mil palabras...




El listado de frases hechas de nuestra cultura es extenso y rico en experiencias que te hacen aprender, pero no siempre es acertado. Y sucede que la cultura oral las toma tan al pie de la letra en muchos casos que, personas sin amplitud de mira, las interiorizan y absorben como si se tratase de una verdad absoluta científicamente probada.
“Una imagen vale más que mil palabras” es, en mi opinión, uno de los refranes más erróneo de nuestra cultura.
La conquista del medio audiovisual ha provocado que las palabras se vean abocadas a un segundo plano y, en algunos casos, carezcan de importancia para un número preocupante de mortales.
En primer lugar, cabría pararse a pensar unos segundos y comenzar a ser conscientes de que las imágenes —todas y cada una de ellas— están creadas a base de palabras. Una película no vería la luz sin una historia impresa detrás, o un guión cinematográfico. Un cómic o viñeta tendría menos sentido sin el soporte del texto.
Incluso un retrato expresa palabras en pinceladas, aquellas que pasaron por la mente del pintor mientras realizaba su trabajo.
Pero entonces, ¿por qué la mayoría de la población acepta esta frase, y prefiere mil veces una imagen a tener que leer mil palabras? Hay dos razones fundamentales: falta de imaginación y falta de tiempo.
La falta de imaginación va unida a la comodidad. ¿Para qué tener que pelar la fruta y masticarla si me la puedo tomar en zumo?
La falta de tiempo nos deja exhaustos en niveles imaginativos y nos hace ser cómodos a niveles extremos. ¿Tras una dura jornada de trabajo, me voy a poner a leer? ¿Si llevo todo el curso estudiando, voy a dedicar este verano a pasar páginas y páginas?
Y así es como las palabras, las pobres, van siendo olvidadas.
En este post os animo a que dediquéis un poquito de tiempo, sólo un poco, a pensar sobre la importancia de las palabras en nuestra vida diaria. Todos los sentimientos del mundo se pueden expresar con ellas. Y si nos lo proponemos, podemos sentir lo que nos quieren decir.
Porque una sola palabra puede expresar la imagen que tú te quieras crear. 



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Lizzie Velasquez: "Y a ti, ¿qué te define?"


            Tal y como comentaba algunos días atrás en mi post las cosas malas de la vida, hay experiencias que vivimos que no nos son agradables y que intentamos evitar a toda costa. Sin embargo, son estas las que más nos enseñan y hacen valorar el lado bueno de las cosas, que generalmente son aquellas que no se pueden comprar con dinero: las amistades, la familia, una persona especial...
En esta vida todo sucede siempre por algún motivo y las circunstancias que se dan en cada hecho son completamente diferentes y cruciales para desencadenar unas consecuencias u otras. Sin embargo, todas coinciden en algo: nos enseñan a aprender, a crecer y a madurar como personas. A entender el mundo, pero sobre todo a entendernos a nosotros mismos. Nos definen.
Y con esto llegamos al tema clave del post, una cuestión que no siempre nos preguntamos porque no tenemos el tiempo suficiente para dedicarnos a nosotros mismos, o porque no acabamos de entender la importancia de la misma.
Es fundamental pararse en seco y dedicarse unos segundos a pensar "¿Qué me define?". No se trata de que nos vayamos a convertir en una nueva entrada en el diccionario de la RAE, ni que nos tengamos que colocar un cartel repleto de adjetivos de lo que creemos ser. Es algo mucho más profundo que requiere de concentración, soledad y tiempo.
Supone hacer un viaje al pasado, recorrerlo con visión analista (radiografiando todos y cada uno de los momentos malos y buenos vividos) y hacer balance. En un lado de la balanza debemos situar lo que queremos que la gente piense de nosotros al conocernos, y en el otro lado sobre lo que no nos gustaría que nos tildasen.
Hacer balance es la clave para descubrir qué nos define. Una vez que tengamos claro qué es lo que nos define, quien nos conozca también lo descubrirá.
Y es un error crear una definición en la que parezca que todo lo hemos logrado sin ayuda. En la definición de nosotros mismos deben aparecer influencias de otras personas, lugares y situaciones, porque todo ello nos hace ser diferentes y originales; únicos.
La originalidad reside en crear una mezcla homogénea de lo que absorbemos del mundo exterior.  Hay que huir de la heterogeneidad, porque esta última no define, etiqueta. Y no debemos ser etiquetados, sino definidos. Dos cosas muy distintas.
Como conclusión sobre lo que he explicado me gustaría compartir el vídeo que me ha inspirado a escribir este post. En él, Lizzie Velásquez, una mujer que padece una extraña enfermedad por la cual no puede coger peso, y que ha sido tildada como la mujer más fea del mundo en las redes sociales, nos habla sobre la importancia de tener una identidad propia y de saber decidir qué queremos que nos defina como personas y qué no. Ella no quiso quedarse con lo negativo; vio el vaso medio lleno. Y ahora ayuda a que otros lo vean así también. Destaco una frase que me ha fascinado, y con ello termino:

"¿Sabes qué? Dime todas esas cosas negativas. Les daré un giro de 180º y las usaré como escalera para llegar hacia mis metas"


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El miedo


Si hay un sentimiento difícil de controlar y superar, ése es el miedo. Los seres humanos tenemos miedo a todo: a lo nuevo y desconocido, a repetir errores pasados, a perder a nuestros seres queridos, a quedarnos solos.
El miedo forma parte de nuestras vidas desde que tomamos consciencia de lo fácilmente manipulables que somos para el destino. La mayor parte de las cosas que nos suceden en la vida escapan a nuestro control. Sí que es cierto que contribuimos en mayor o menor medida a que sucedan, pero nunca somos autores principales de ello.
El miedo a lo desconocido y a lo nuevo nos recuerda esto en letras mayúsculas. Cuando al fin nos sentimos a gusto en el entorno que nos rodea y empezamos a estar seguros, el acontecimiento más trivial provoca un giro de 360º y nos obliga a enfrentarnos de golpe a nuevas situaciones y a nuevas personas.
Es comprensible que el miedo nos invada. En la teoría, lanzarse a la piscina cuesta poco de decir. No vamos a sufrir un corte de digestión o una lesión por el simple hecho de decirlo. En la teoría impera la valentía. Es en la práctica cuando surgen los “Y si…”.
Hace poco vi una película, “Cartas a Julieta”. De ella quiero destacar el siguiente fragmento. A alguien más pareció llamarle la atención, pues lo he encontrado tal y como quería en Youtube:


Siempre hemos de ser capaces de bloquear nuestros miedos. Darles demasiado protagonismo es dejarles que vivan por nosotros.
Y en tu vida, el único protagonista eres tú mismo. 

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Las cosas malas de la vida


          Ser abandonado, perder a alguien querido, sufrir una ruptura, padecer una enfermedad… Hay tantísimas cosas malas que nos pueden suceder en la vida, que el sentimiento que nos sobreviene al pensar en ello es casi equivalente al que sufrimos cuando leemos el prospecto de cualquier medicamento.
            «No tiene que sucederme todo esto», nos decimos en un intento de consolarnos ante algo que se nos escapa: la “mala” suerte en la vida. Pero en realidad no lo sabemos… Quizás tengamos la suerte de no contar en nuestra vida con ninguna experiencia traumática, o quizás las vivamos todas y pensemos que nacimos con algún tipo de imán para atraer la negatividad personificada.
            Sin embargo, a pesar de la lógica que tiene no querer vivir malas experiencias, son precisamente estas las que más nos enseñan, y las únicas que nos hacen de verdad valorar las cosas buenas de la vida. La amistad, el cariño, la generosidad, una sonrisa, la paz, el amor… Son sentimientos que, si se viviesen todos y cada uno de nuestros días, carecerían de importancia y validez.
     ¿Por qué en mitad de una guerra siempre se descubren nuevos artistas?
            A veces pienso que no somos enteramente conscientes del objetivo que tienen las cosas malas de la vida en nuestra existencia. Cuando vivimos una mala experiencia, siempre tendemos a pensar que es el fin. Nos avocamos en un túnel sin salida, en un pozo sin fondo. Nos invade la oscuridad.
            Nada más lejos de la realidad. Las cosas malas de la vida siempre son inicios. Inicios de nuevas etapas plagadas de buenas experiencias. Así que si ahora mismo, leyendo estas líneas, estáis pasando por un mal momento, de la índole que sea, no penséis que es un fin, sino un nuevo inicio.
     El blanco no sería blanco si no existiese el negro, ¿no creéis? 
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La mentira


              En un mundo más justo y oportuno, la mentira debería ser el octavo pecado capital. Tanto si es piadosa como si es infringida, desemboca en un dolor agudo difícil de subsanar.
            Se sabe bien poco acerca de la mentira y de sus orígenes — ¿Quién fue el primero en usarla? ¿Quién, por consiguiente, la inventó?— También acerca de su metodología — ¿Quién la dio a conocer y la hizo extender como la pólvora?
               El hecho es que apareció y se puso de moda casi al instante.
            La mentira tiene la capacidad de hacernos quedar como héroes, de no herir a personas queridas, pero también de herirnos a nosotros mismos. Y el problema es que las líneas que separan las diferentes consecuencias de la misma son tan finas y quebrantables, que un día podemos estar convencidos de haber hecho el bien y otro, lamentándonos por el giro de los acontecimientos.
            Sin embargo, y a pesar de las experiencias pasadas, continuamos utilizándola muy a menudo para aparentar ser lo que no somos. La mentira es la mayor tapadera creada para el mayor miedo humano: el miedo a ser rechazados.
            Es otro error común de los humanos: crear herramientas enormes para ocultar sentimientos más pequeños. Y al final, nos encontramos con capas enteras de protección que mantienen nuestro corazón intocable, pero también la posibilidad de llegar al de otros.
            La transparencia, en todos los ámbitos, es la única manera de vivir y experimentar con claridad, sin dañar ni ser dañados.
            Es importante valorar la importancia de no dañar. Si cada sujeto lo hiciera, no habría tema del que hablar. 
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Ya vienen los Reyes


A estas horas, muchos niños y niñas están ya acostaditos, esperando que los Reyes les traigan sus regalos esta noche, y poderlos desenvolver mañana temprano. 

Recuerdo esos años de inocencia con una sonrisa dibujada en el rostro... La sensación que te invadía al abrir los ojos con los primeros rayos de sol (o quizás antes), sabiendo que uno o varios regalos aguardaban a que los abrieses era indescifrable. Levantarse descalza y andar de puntillas hasta los zapatos, despertar a los papás llevándoles a la cama sus respectivos regalos...

Algunos años recibí cartas de respuesta de los reyes magos. Para mí era un gesto que me llenaba de orgullo, y algo de lo que presumir en los recreos del colegio. Mi orgullo iba a más cuando el resto de mis compañeros me contaban que no habían recibido ninguna nota por su parte...

Quizás fuera porque yo, en mis cartas, solía pedir dos o tres regalos como máximo. Siempre fui una niña considerada y empática, por lo que me invadía una sensación tremenda de tristeza al pensar en los pobres tres reyes ataviados con todos mis caprichos y cruzando el desierto en sus lentos y cansados camellos. No lo podía tolerar. Así que intentaba pedirles lo mínimo posible para no molestarles.

Hace dos post, hablé sobre los sueños y su importancia. Cuando estos sueños van ligados a la infancia, son más importantes si cabe, pues constituyen la base de lo que esa pequeña personita será en un futuro.

Hoy pienso en todos los niños que esperan regalos. Sobre todo pienso en aquellos que esperan regalos pero no los van a tener. Quizás una carta en respuesta de los Reyes Magos sea suficiente para ellos; quizás con el tiempo entiendan que, cuando los sueños no vienen cumplidos por arte de magia, hay que salir a la calle a cumplirlos.

Y os dejo con un vídeo como reflexión. Al final, los niños siempre nos enseñan más que nosotros a ellos. Feliz noche de Reyes Magos a todos, tanto a los que tendrán regalos mañana como a los que no. Espero que quienes se queden con las manos vacías recuerden que aún cuentan con dos manos para dar el regalo gratuito más importante de todos: un abrazo.


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Quisiera...



Quisiera ser para ti lo que las estrellas son para el cielo: una luz que te guíe y te ilumine la mitad de tu viaje; y que esté presente pero invisible la otra mitad. 

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