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La importancia de disfrutar

No sé si haréis este ejercicio muy a menudo; a mí me ayuda a entender todo un poco más. Es un ejercicio muy sencillo que no necesita demasiado y finaliza, al menos en mi caso, con una entrañable sonrisa. Es el ejercicio de las casualidades.
Comienzo pensando en el principio de todo, el momento en el que vine al mundo. Qué sucedió y cómo para que yo naciese. Un hombre y una mujer se tuvieron que conocer. Un hombre y una mujer, cada uno con sus vidas, se juntaron en un instante que se convertiría en días, meses y años juntos.
Si esa casualidad no hubiese existido, tú no estarías aquí ahora leyéndome. Yo no estaría aquí ahora escribiéndote. Tú y yo no seríamos ni proyectos de futuro, ni ilusiones ni sueños.
Me gusta pensar en las casualidades porque me ayudan a entender que, a veces, no tenemos el control. Y que cuando no lo tenemos, las cosas tampoco tienen por qué salir demasiado mal. ¿O es que acaso saliste tú mal?
Mi madre no tenía el control aquel día que conoció casualmente a mi padre. Nadie le advirtió que conocería al hombre de su vida y por él cambiaría de ciudad, dejaría su trabajo, abandonaría su lugar. Probablemente el miedo le habría abducido de haberlo sabido. Pero lo desconocía. Y le conoció a él.
Probablemente sus sueños fueran otros, así como sus ilusiones. Pero aquella casualidad (mi padre) los desbarató todos.
Y es que, a veces, perder el norte es la mejor manera de conocer el resto de puntos cardinales.
Las casualidades nos recuerdan día tras día que no hay un camino fijo en el devenir de nuestros días. De ser así, lo construiríamos sin baches, sin curvas, sin túneles. Sería un camino monótono. Como conducir de Alicante a Galicia con un BMW automático. Insulso.
Es aquí cuando llega la gran reflexión. Estamos llenos de miedos. Miedo a qué pasará, qué será de mi vida, quién seguirá conmigo y quién no... "¿Seré feliz?". Nos centramos en un futuro lleno de casualidades que desconocemos, de curvas que aún no han sido construidas, de fallas que originarán nuevos baches y de túneles oscuros, muy oscuros. ¿Nos sirve de algo ponernos a estudiar todas las posibilidades que tenemos de estar en ese mismo camino dentro de 10 años? Sólo nos sirve para perder el tiempo y dejar de disfrutar.
Disfrutar. Eso es lo más importante. Es el aquí y el ahora lo que tenemos, rebosante de posibilidades, anhelante de casualidades. No lo dejemos escapar. 
No le pongamos al presente los cuernos con un futuro desconocido.
Disfrutemos. Encontremos el tiempo perfecto a todo y todo será perfecto. 
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Las historias


Cada segundo de vida esconde el inicio de una historia. Cuán aterradora o tierna sea, lo desconocemos. Es el devenir del tiempo quien nos muestra los giros que las cosas pueden tomar, las apariencias que las personas pueden dar y las consecuencias a las que cada acción nos puede guiar.
El problema es que a todos nos gusta ir rápido. A todos nos pudre el morbo de saber cómo va a acabar cada historia. El planteamiento de esta sólo nos mueve hacia el desenlace… Y el desarrollo de la misma nos importa más bien poco. Porque nos puede la curiosidad. Ansiamos saber si seremos felices, engañados, traicionados… O si, simplemente, no seremos.
Y es que ese es el peor de los desenlaces: un desenlace inexistente. Una historia sin él supone un desarrollo en el limbo… Un libro que no acaba, otro inicio que no aparece y el vago recuerdo de algún otro desenlace que, generalmente, no suele ser bueno.
El gran problema aquí es que no nos enseñaron que, igual que hay oraciones sin sujetos, también existen las historias sin fin. Porque lo realmente esencial en una historia es su protagonista. Y, a veces, la historia es demasiado buena como para acabar. 
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